En búsqueda del punto de equilibrio
Recientemente he tomado la decisión a nivel consciente de no iniciar ciertos tipos de experiencias que, hasta día de hoy y basándome en mis experiencias pasadas, sólo me han traído dolor y problemas. Sin embargo, en estos últimos días me planteo si dicha decisión “consciente” es coherente con la idea de que la vida es la suma de las experiencias vividas en ella.
Un buen amigo mío coincide conmigo en que, después de un procesamiento lógico y crítico, es mejor filtrar aquellas experiencias que, a priori, no parecen ser las idóneas o ideales acorde a nuestro momento presente. Me vuelvo a plantear muy seriamente si esto es correcto o no, puesto que esta actitud conlleva el hecho de evitar casi todas las experiencias que van surgiendo en el camino y, por lo tanto, puede implicar un paso por la vida en punto muerto.
Siento que venimos a esta vida a vivir experiencias y a aprender de ellas. Es decir, el hecho de vivir una experiencia debería conllevar de forma implícita un aprendizaje que lleve a un crecimiento personal a nivel interior. El hecho de no aprender de una experiencia conlleva un incremento elevado en cuanto a la probabilidad de repetirla, potenciada, puesto que no somos capaces de discernir lo que se nos viene, puesto que no hemos aprendido nada con anterioridad.
Tengo el sentimiento cada vez más fuerte de que las experiencias que nos van apareciendo a lo largo de la vida no lo hacen por casualidad, sino por “necesidad interior”. Es decir, puede que a lo largo del camino nos vayamos cruzando con experiencias varias, pero creo que sólo “vemos” aquellas que resuenan en nuestro interior, en nuestra mente inconsciente, porque están allí reprimidas y necesitan salir a la superficie tarde o temprano. Todas aquellas lecciones aprendidas pasan desapercibidas, pues ya no tenemos esa necesidad interior sobre ellas. Sin embargo, cualquier experiencia que resuene con todo aquello reprimido en nuestro interior y que no queremos reconocer que forma parte de nosotros mismos, nos va a atraer de forma inconsciente.
Tomar parte en una experiencia así va a suponer experimentarla inicialmente, al igual que en un sueño, en “piloto automático”. Seguramente nos vamos a mover en la experiencia según nuestras creencias inconscientes arraigadas. Y tarde o temprano vamos a chocar con aquello externo que, aparentemente, no nos gusta para nada. Y muchas veces (y hablo por experiencia personal), acabamos reaccionando también de forma inconsciente, detonando la experiencia y no afrontándola de forma consciente, llevando a abandonar la experiencia adoptando un rol de víctima sin haber aprendido nada.
Tengo la impresión de que cada experiencia que vivimos es una oportunidad de hacer consciente una parte de aquello inconsciente que reside en nosotros y que todavía no ha alcanzado la superficie. La mente consciente, con su capacidad lógica y crítica, es la que nos da la oportunidad de percibir, interpretar y dar significado a lo que estamos experimentando. Si se dan las condiciones adecuadas durante la experiencia, es la mente consciente la que acaba aceptando e integrando aquello que ha estado reprimido tanto tiempo y, por lo tanto, implicando un crecimiento y una transformación del ser en su totalidad, conllevando una transformación total de la experiencia en sí. Y en el caso de dar por finalizada la experiencia, es también la mente consciente la que tiene la oportunidad de hacer una introspección en la experiencia vivida y realizar, a posteriori, todo ese trabajo que lleve a comprender el por qué, el qué y el cómo de la experiencia, que permita “ver” esa parte nuestra que no quiere o no puede salir de la oscuridad, y aceptándola como parte de uno mismo, realizar el mismo proceso de integración y crecimiento para acabar aprendiendo la lección y permitirnos seguir avanzando en la vida con experiencias que supongan lecciones nuevas y que las podamos afrontar desde un nivel de crecimiento más elevado.
Una analogía podría ser la siguiente: recorremos varios senderos a lo largo de la vida siempre en el mismo carruaje. Cada experiencia supone un conjunto diferente de caballos que tiran del carruaje. Los caballos pueden ser más, menos, son diferentes cada vez y representan la fuerza bruta que necesita ser guiada, es decir, nuestro inconsciente personal. La persona que lleva las riendas de los caballos y que tiene que aprender a “controlarlos” es nuestra mente consciente lógica y racional. Conforme vaya habiendo aprendizaje con los diferentes caballos, el conductor irá mejorando en experiencia, hasta que complete su viaje y su aprendizaje en su carruaje.

En cierto modo esto refleja el proceso de individuación postulado por Carl Gustav Jung. Haciendo una simplificación de éste, la vida es el camino a través del cual, y de las experiencias que van surgiendo en él, tenemos la oportunidad de ir haciendo consciente todo aquello escondido en nuestro inconsciente, nuestra sombra. El objetivo sería trabajar en uno mismo durante o después de las experiencias para ser capaz de ver esos aspectos nuestros ocultos en nuestra psique, de reconocerlos por duro que nos resulte, aceptarlos ya que son parte de nosotros y, finalmente, integrarlos en nuestro ser. De esta manera, el camino de la vida sería la oportunidad de completar nuestro ser.
Lo que llego a interpretar en Jung, es que esa completitud del ser implica una integración consciente de la parte inconsciente de la psique: la unión de la mente consciente e inconsciente en su totalidad.
Seth, canalizado por Jane Roberts en sus libros, viene a reflejar el mismo proceso, pero añadiéndole una nueva dimensión. Seth va más allá al plantear que el objetivo de las diferentes vidas que experimenta una personalidad es el de completar la realización de valores. Interpreto que cada vida es una experiencia que nos da la oportunidad de integrar en nuestro ser aspectos de la psique que todavía no han sido traídos a la superficie. Estas experiencias aprendidas de forma correcta nos llevarían a una comprensión mucho más allá de la dualidad que siempre nos encontramos en la realidad física. Y para ello, cabe tener muchas experiencias dentro de esa experiencia de más alto nivel a la que llamamos vida. Y Seth también habla de que, a un nivel mucho más elevado, el objetivo final es el de la integración de la parte consciente e inconsciente, y con ello la completitud de la realización de valores.
Esto me permite comprender uno de los papeles más importantes de los sueños, y que es permitirnos vivir (“afrontar”) de forma simbólica aquellas experiencias que no queremos afrontar de forma consciente. Nos dan la oportunidad de acercar a la superficie parte de nuestra sombra dentro del universo onírico. Nuestros sueños van a ir “moldeando” nuestras emociones y nuestra personalidad con el objetivo de darnos la oportunidad de finalmente atrevernos a vivir las experiencias que necesitamos para completarnos, pero dejando siempre las decisiones finales a nuestra mente consciente con su libre albedrío.
Todo esto me hace dar un giro sustancial a la forma que he tenido de ver y “juzgar” las nuevas experiencias que se van presentando a lo largo de mi camino y que, a priori, me he negado a tomar parte en ellas por “lógica”.
Entiendo que el rechazo a vivir nuevas experiencias después de un “análisis crítico y lógico”, conlleva al hecho de no crecer en absoluto, al hecho de no “vivir” la vida. Así pues, quizás sea el momento de tratar de dejar atrás esos patrones de miedo ante lo desconocido (¿qué es la vida si no un continuo encuentro con lo desconocido?) y de atreverme a vivir las experiencias que se presenten, siempre siendo muy consciente de lo que pueden significar y de las posibles consecuencias que pueden acarrear tanto en mí como en las otras conciencias que van a tomar parte en ella.
Esto me lleva al hecho de comprender que el objetivo en la vida, y al igual que en los sueños, es el de aprender a vivir las experiencias de una forma plenamente consciente y coherente con los valores de la persona. Ser consciente de lo que está sucediendo y ser coherente con los valores personales conlleva saber lo que uno quiere y lo que no quiere, actuar en consecuencia, saber poner límites, saber cuándo merece la pena hacer un esfuerzo o un sacrificio y saber dónde las cosas llegan a su fin. Llegar a vivir las experiencias de forma plena, consciente, coherente e íntegra es quizás llegar a vivir la vida en plenitud y con significado.
Llegar a integrar la sombra personal implica una fusión de nuestra mente consciente e inconsciente. Ese es el punto de equilibrio al que nos lleva la vida a través de las diferentes experiencias que nos va presentando para que vivamos con plenitud y coherencia.