La desconexión de los sentidos
Cada día va siendo más habitual encontrarse noticias acerca de personas que han vivido una experiencia cercana a la muerte (ECM). Son personas que bien por un accidente o por cualquier otra causa han estado en muerte clínica durante varios minutos y que, después de haber sido reanimadas o resucitadas, han contado unas experiencias totalmente fascinantes que han vivido justo durante ese tiempo en el que han estado clínicamente muertas.
La mayoría de la comunidad científica sigue opinando que las ECM son fruto de alucinaciones del cerebro que está luchando por la superviviencia o tratando de que la muerte sea menos traumática. Sin embargo, en ese período de muerte clínica, la actividad eléctrica en el cerebro brilla por su ausencia, e incluso a partir de los pocos minutos entra en una fase en que las neuronas empiezan a morir en cascada. Sin embargo, la hiperrealidad de las experiencias vividas en ese período de muerte clínica no encaja para nada con la idea de un cerebro sin actividad eléctrica.
Pues bien, hay un punto en común en el que convergen las ECMs, la meditación profunda y las experiencias oníricas en los sueños: la desconexión de los sentidos de la realidad exterior.
Cada noche cuando nos vamos a dormir entramos en diferentes estados en los que, poco a poco, nuestra mente consciente se va desactivando del mundo exterior. El cuerpo se va relajando y vamos dejando de enfocarnos en la mente. Entramos en una primera etapa de sueño ligero en la que nuestros sentidos aún están algo pendientes de los estímulos externos y cualquier alteración del entorno nos puede despertar fácilmente. El cuerpo, aunque se va relajando más y más, todavía sigue activo. En una etapa posterior entramos en sueño profundo. Aquí el cuerpo está muy relajado y los sentidos muy desconectados del mundo exterior, siendo más difícil despertarse con estímulos externos pequeños. En otra fase posterior, la fase de sueño paradójico o REM, el cerebro inhibe los estímulos eléctricos que van hacia los músculos del cuerpo, de forma que no puede moverse, y los sentidos siguen muy desconectados del mundo exterior. Es en esta fase donde parece que se dan la mayoría de sueños y experiencias oníricas que recordamos, y que se dan en un estado expandido de consciencia.
En una meditación profunda, la persona que medita inicia un proceso de relajación física y mental a través de las cuales, poco a poco, mantiene su consciencia mientras el cuerpo, al igual que con el sueño, va relajándose más y más, hasta el punto de que sus sentidos llegan a desconectar en gran medida del mundo exterior. En cierto punto, «desconectada» del mundo exterior, se puede alcanzar entonces un estado de iluminación o un estado de consciencia expandida en el que la persona finalmente siente perfectamente que es parte del todo.
La persona que experimenta una ECM generalmente entra en un estado de muerte clínica. Su corazón y su cerebro no dan señales de actividad por unos minutos. Obviamente, los sentidos dejan de funcionar y, por lo tanto, de percibir la realidad del mundo exterior. Es con esta desconexión cuando se produce (si se da el caso) la vivencia de una experiencia en un estado expandido de consciencia.
Los tres contextos comentados en las líneas anteriores muestran un punto en común y que resulta muy interesante. Una vez los sentidos se desconectan y dejan de percibir estímulos del mundo exterior, entonces pasamos a un estado expandido de consciencia y tenemos la oportunidad de experimentar una realidad diferente y que podemos llamarla «mental».
El impacto de una ECM en la persona reanimada suele ser ya de por vida, llegando a cambiar por completo la forma de vivir la vida de la persona. Una experiencia de iluminación en la meditación cambia por completo la comprensión de la realidad y la vida. Un sueño lúcido e hiperreal cambia por completo la concepción de lo que es real o no, dejando incluso experiencias que, al igual que una ECM, quedan en la memoria para siempre.
Me viene a la mente una frase que he escuchado algunas veces y que dicha así sin más suena a algo fuera de lugar. La frases dice algo así como que cada noche morimos para volver a nacer al despertar. Lo que tengo cada vez más claro es que experimentar la realidad onírica tiene que ser exactamente lo mismo que experimentar la realidad justo después de la muerte física. La única diferencia es que al dormir, hay algo que todavía nos «ata» a la realidad física y nuestra mente vuelve a reconectarse a ella al despertar. En la muerte física, ese algo deja de «atarnos» a la realidad física, dejando la vía abierta a un estado expandido de consciencia que seguramente es un estado más cercano a nuestra verdadera naturaleza.