10
Oct
2024
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Un sueño que moldeó mi personalidad a los 11 años: «El Beso»

En mi experiencia personal, diré que hay unos pocos sueños – de hecho, muy pocos – que, a pesar de haberlos experimentado hace muchísimos años, siguen intactos en mi memoria con plena vividez. Siguen tan vivos que, cada vez que los recuerdo con un poco de detalle, vuelvo a sentir las emociones que me provocaron en su día y que me marcaron de una forma u otra.

El sueño que voy a relatar lo tuve a mis 11 años. El contexto de mi vida en aquella época era que yo estaba estudiando sexto curso de la E.G.B. y estaba enamorado (y muy en serio) de una compañera de clase desde tercero. Era la primera vez que me gustaba una chica y, puesto que yo era bastante tímido, nunca le había confesado mis intenciones. Ir a clase cada día tenía algo de mágico, y era poder verla a ella en clase.

Pues bien, una noche como otra cualquiera a mis 11 años, viví el siguiente sueño:

«Es de día. Estoy en la Plaza de la Prisión, de pie sobre la acera que se ensancha justo antes de llegar a la estrecha calle de San Vicente Ferrer que sube hacia la Iglesia del pueblo. Estoy cerca de la fachada de una casa a la que doy la espalda, y estoy mirando en dirección a la plaza. La imagen es como con niebla, muy onírica. Sé que estoy aquí porque estamos esperando el bus que nos va a llevar de excursión del colegio al polideportivo, como cada año. Aunque no veo a nadie, escucho perfectamente el griterío de mis compañeros de clase y de más niños que están hablando, correteando y jugando por la acera y por la plaza mientras esperamos. Aunque está lleno de gente, sigo sin ver a nadie y me siento testigo único de la escena. De repente, me doy cuenta de que el bus ya ha llegado y está parado enfrente mío. Me percato de que ya no escucho el griterío de los otros niños. Hay un silencio absoluto. Sé que ya están todos dentro del autobús esperando a que yo suba para partir hacia el polideportivo. La puerta delantera del bus está abierta y me acerco a ella. Empiezo a subir la escalerilla y veo perfectamente al conductor. Llego a su lado y me giro hacia el pasillo con la intención de buscar mi asiento. En el inicio del pasillo miro hacia el interior y veo que todos los asientos están ocupados. Veo a Cándido, Amparo, Gerardo… Unos me miran y los otros van a la suya. Pienso en la posibilidad de que no pueda encontrar un asiento libre y que no pueda ir a la excursión con el resto de compañeros. Empiezo a avanzar por el pasillo con la esperanza de encontrar un asiento libre, aunque parecen todos ocupados. Avanzo un poco más y, cuando estoy por mitad del pasillo, veo que en la zona del fondo, en las últimas filas, parece haber un asiento libre en la zona de pasillo, a mi derecha. Me alegro de saber que voy a poder ir a la excursión y empiezo a caminar un poco más rápido, ya enfocado en ese asiento como objetivo. Me pregunto quién será mi compañero de viaje. Y cuando llego al asiento, me llevo una muy agradable sorpresa al ver que mi compañera es ella. Es una sorpresa y una alegría inesperada. Ella me sonríe y me invita a sentarme. Me siento a su lado y empezamos a hablar. Me comenta que su madre es profesora de parvularios en el colegio, y la señala por la ventana para que yo la vea. Me asomo por la ventana y veo a su madre organizando a los niños de parvularios en la calle. Ahora estoy sentado enfrente de ella (es como si los dos asientos de delante ahora están girados, de forma que la veo a ella de frente). Seguimos hablando de más cosas. Y en un cierto instante paramos de hablar y nos quedamos en silencio. Nos estamos mirando fijamente a los ojos. El sonido de los compañeros y el entorno desaparece por completo. Todo nuestro alrededor se desvanece poco a poco. Sólo estamos ella y yo, uno enfrente del otro, en el más absoluto, bello e infinito de los silencios. Poco a poco vamos acercándonos sin desviar la mirada ni un solo momento. Hasta que finalmente nos damos un beso en los labios, un beso muy pequeño, tierno e inocente. En ese breve y eterno momento de contacto de nuestros labios, un sentimiento que soy incapaz de describir con palabras recorre, invade y permea todo mi cuerpo y toda mi mente. Siento algo totalmente desconocido y totalmente familiar al mismo tiempo que me abruma hasta límites indescriptibles, algo imposible de expresar con palabras.”

El sueño tuvo un impacto en mí que sigo sin poder expresar con palabras. La explosión de AMOR (más allá de lo romántico) en el sueño fue indescriptible, siendo algo que atravesó mi ser por completo. Al despertar no pude sino quedarme en la cama casi flotando, incapaz de comprender de forma lógica lo que había experimentado, y dejando que el sentimiento siguiera permeándome. El efecto del sueño duró dos días con mucha fuerza y se fue desvaneciendo los días siguientes.

Lo más impactante de este sueño es que sé que marcó un antes y un después en mi vida. En aquel momento jamás había experimentado antes en mi vida un beso en los labios. Aquella experiencia provocó un tsunami emocional en mí de tal magnitud, que sé perfectamente que moldeó mi personalidad. Sé que marcó uno de los caminos que tenía que recorrer en esta vida. Fuel tal el impacto, que el recuerdo del sueño sigue perdurando en mi memoria hasta día de hoy, y sé que me acompañará hasta mi último día en esta experiencia de vida.

Después de aquel beso, nunca volví a sentir lo mismo con ningún beso que experimenté en la realidad de vigilia.

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